Os traigo la segunda parte de la crónica que nos han preparado desde el grupo de Juego DEUS VOLT
Recordais como hace unos cuantos días ya, os comenté de un grupo que se había formado en la asociación el Dirigible? (enlace a la entrada que lo comentaba)
DEUS VOLT - primera parte
Espero que os guste
Un saludo desde Girona
Albert Tarrés
PD: Vamos allá con la segunda parte.
Crónica Deus Vult: El Regalo del abismo
El regalo del abismo es una aventura de
Aquelarre basada en el relato de Robert Howard “El Dios del Cuenco”
creada por Jose Manuel Echavarren para la crónica Deus Vult.
Jerusalén. Año del Señor de 1130
Una extraña entrevista
Los pjs se encuentran en unos antiguos
baños árabes de la Ciudad Santa. Allí se ha reservado una de las grandes
salas, con dos piscinas (una de agua caliente y otra fría) únicamente
para la entrevista que va a tener lugar entre esas viejas piedras. De un
lado, los pjs: Aletz, un mercader italo-judío, Rashid ibn al Muit, un
sirio Asesino de la secta del Viejo de la Montaña, Blanca de Castilla,
una castellana curandera y alquimista, Urc, un estudioso de los secretos
arcanos y demoníacos, y una figura que permanece entre las sombras,
completamente vestida. Los pjs están en paños menores (o menos incluso)
chapoteando entre las aguas, junto con Palamedes de Morea, la persona
que los ha reunido a todos. Palamedes de Morea es el embajador del
Imperio Bizantino en el Reino de Jerusalén. Recién llegado a la Ciudad
Santa, es conocido por sus bizarras fiestas, su porte distinguido y su
insufrible sentimiento de superioridad. Solo uno de los pjs ha llegado a
hablar con él anteriormente, Aletz.
Una misión impía
El rico embajador propone a los pjs un
lucrativo y peligroso juego: robar en la casa del Patriarca Latino de
Jerusalén, una de las figuras más sacras de la Cristiandad. Hace tres
días llegó a la ciudad un gran regalo del atabeg [jefe militar]
del Reino de Damasco y Alepo, que el cruel jefe turco envió al
Patriarca Latino de Jerusalén, Esteban de la Ferté. Al parecer, después
de la gran derrota que el rey de Jerusalén, Balduino III de Edesa,
infligió al reino sirio, el atabeg quiere normalizar las
relaciones con el Reino de la Vera Cruz, ofreciendo regalos y presentes a
sus figuras clave, como es el caso del Patriarca.
El embajador de Bizancio estuvo presente
cuando se le ofreció el regalo. Se trataba de una gran urna de oro, muy
antigua y valiosa, grande como una persona y de 300 kilogramos por lo
menos. Pero Palamedes, estudioso de los antiguos ritos, sabía que esa
urna era algo más. Sabía que esa antigua civilización enterraba a sus
grandes sacerdotes junto con urnas como esa, y que dentro de ellas solía
haber documentos de gran saber, además de oro. De modo que urdió un
plan para hacerse con ellos.
Pero para el golpe necesitaba agentes
adecuados, personas con gran habilidad y cuyo silencio pudiera ser
comprado por unas pocas monedas. Así contactó con el Aletz, un mercader
que se había especializado en el comercio con reliquias (verdaderas y
falsas) y con ciertos objetos de difícil encaje. Este mediero había
estado varias veces en la casa del Patriarca debido a su trabajo. Él
sería el encargado de guiar al grupo por “La Sala de las Maravillas”,
que era como el Patriarca denominaba al tercer piso de su palacete,
dedicado al arte y los tesoros que acumulaba.
Para penetrar en la mansión, se
necesitaba de un ladrón de élite, y así había contactado con Rashid ibn
al Muit, recomendado por algunos conocidos sirios suyos. Realmente estos
conocidos trabajaban como espías para El Viejo de la Montaña, que
quería introducir un Asesino en el entorno del embajador bizantino, por
si más adelante fuera necesario eliminarlo. La urna no debería ser fácil
de abrir, pero las instrucciones deberían estar escritas en su
superficie, en lenguaje arcano. Por ello se necesitaba contactar con un
alquimista, que en este caso era también conocido del mediero, y
recomendado por él. Por las leyendas que manejaba Palamedes, sabía que
parte de la solución para abrir la urna descansaba en acertijos. Y en el
barrio del mercado destacaba Blanca de Castilla, que se había hecho un
nombre descifrando acertijos, la curandera castellana.
Por último, era necesario algo de
“músculo”, por si las cosas se ponían feas. Es entonces cuando la figura
que permanecía en el anonimato caminó hacia el grupo y con un ágil
movimiento arrojó lejos su capa: se trataba de Gabriel de MonÇada, un
guerrero templario. El embajador bizantino había convencido al templario
para unirse a este grupo con el fin de investigar la correspondencia
del Patriarca, que se sospechaba estaba en tratos con árabes.
Oscuros preparativos
El golpe debía darse esa misma noche,
aprovechando que Esteban de la Ferté había quedado para cenar con el
Maestre de la Orden de los Caballeros del Hospital, y regresaría tarde,
como tenía por costumbre.
Los pjs se pusieron manos a la obra. El
alquimista dedicó la tarde a realizar un hechizo demoníaco. Se proponía
doblegar la voluntad del Patriarca Latino de Jerusalén! Necesitaba, eso
sí, un trozo de tela suyo. Para ello utilizó al mediero italo-judío, que
consiguió unos calzones del Patriarca. Con ello, el oscuro nigromante
realizó su ceremonia maldita, y notó cómo en la distancia, la voluntad
del Patriarca cedía. Ahora dominaba a una de las personas más poderosas
del Reino. Tan solo debía estar a su lado y susurrarle una orden, y él
la cumpliría voluntarioso.
Aletz dibujó un mapa de la mansión.
Blanca compró el equipo necesario para la misión: cuerdas, disfraces,
garfios… El Asesino investigó el lugar y se hizo una idea de las fuerzas
que lo guardaban. Gabriel de MonÇada logró, mediante soborno, que les
abrieran la Iglesia del Santo Sepulcro. Desde allí saltarían al tejado
de la mansión del Patriarca, que era adyacente.
Breaking and entering
Sin embargo no todo iba ser tan fácil.
La curandera se negaba a entrar en la Iglesia. No lo quiso revelar, pero
su fe en el Demonio le impedía entrar en lugares santos como ese. Por
su parte, el judío mediero tenía vértigo y el plan de ir de torre a
torre no le ilusionaba. De modo que estos dos pjs se quedaron esperando
en silencio en un callejón cercano mientras el templario, el alquimista y
el Asesino accedían a la mansión. Una vez dentro de la Iglesia del
Santo Sepulcro (pero después de que Gabriel de MonÇada rezara en la
capilla de San Andrés), subieron al campanario, y desde allí saltaron al
tejado. Desde el tejado, lanzaron una cuerda con un garfio a la torre
cercana de la mansión del Patriarca. Así fueron pasando los tres, a una
altura de veinte metros sobre el suelo. Una vez en la torre, los pjs
descendieron en cuerda a la azotea de la mansión, y desde allí izaron a
la curandera y el mediero. Rashid ibn al Muit forzó una puerta, y se
introdujeron en la mansión, en una habitación dedicada a tapices.
Acertijos en la oscuridad
Los pjs fueron andando en silencio por
el largo pasillo de la tercera planta de la mansión, dedicada a las
maravillas. Espejos, estatuas, una sala para pergaminos… dejaron todo
eso atrás y se dirigieron a la sala principal, donde se atestaban
estatuas, sillas, todo tipo de objetos artísticos. En el centro, se
erguía una gran urna de oro. El templario y ell Asesino sin embargo se
ocuparon de abrir el despacho personal del Patriarca y rebuscar entre su
correspondencia. Allí el templario encontró tres cartas
incriminatorias, o parcialmente incriminatorias, del Patriarca con el
Califato Fatimí de Egipto.
La urna estaba llena de extraños dibujos
polícromos. Y sí, había un texto en escritura demoníaca. Se trataba de
tres acertijos, que los pjs tuvieron que descifrar.
Puedo estar en todos los sitios, y cuando me nombran todos se callan. ¿Quién soy
En la ventana soy dama, en el balcón soy señora, en la mesa cortesana y en el campo labradora.
Nazco en lugares abruptos sin haber tenido padre y conforme voy muriendo va naciendo mi madre.
Una vez hecho, la urna se abrió,
presionada por un resorte. El interior estaba espejado, y fue en ese
momento que se dieron cuenta de que no estaban solos en la sala: el
espejo indicaba que alguien estaba sentado en la oscuridad, alguien que
los había observado en silencio todo el tiempo.
¡Daos presos, canallas asesinos!
La figura que descansaba en la
oscuridad, los ojos fijos en la urna, no era otra que la del Patriarca
Latino de Jerusalén. Estaba muerto. Urc maldijo en la oscuridad su
ocasión perdida. La curandera y el templario se acercaron al muerto para
intentar adivinar cómo había fallecido. Entretanto, el alquimista y el
mediero aprovecharon para coger oro y pergaminos del interior de la
urna. La castellana vio que el Patriarca tenía dos marcas de colmillos
en el cuello. ¿Un vampiro? Quizás, pero inusualmente grande.
Justo en ese momento la puerta se abrió
de golpe y cuatro hombres irrumpieron. El mayordomo de la casa, dos
soldados… y Raimundo de Puy, Maestre de la Orden de los Caballeros del
Hospital de Jerusalén! Desenvainando su espada, el Gran Maestre exigió a
los asesinos de su amigo que se entregaran, para un juicio sumarísimo.
Raimundo había estado esperando a su amigo durante varias horas hasta
que decidió venir personalmente en su busca.
Fue Gabriel de MonÇada el que evitó el
baño de sangre, explicando que el Patriarca había sido asesinado por una
siniestra criatura que sin duda todavía vagaba por la casa. Cuando el
Maestre preguntó qué hacían pjs tan variopintos en la mansión, si venían
a robar o a asesinar, el templario arrojó a los pies del atónito
Raimundo las cartas que probaban tratos entre el Patriarca y los
egipcios fatimíes. Raimundo, que no quería que se manchara la memoria de
su amigo, el Patriarca, quemó una de las cartas en una antorcha
cercana. Eso hizo que el templario desenvainara su espada y la lucha se
aprestara. Pero en ese momento…
Los ojos de la Cobra
En ese momento el mayordomo, que había
salido de la habitación, volvía tambaleante hablando de unos “siniestros
ojos”, y caía al suelo vomitando una baba blanca, hasta morir entre
horribles convulsiones. Los pjs y pnjs dejaron atrás sus diferencias y
se propusieron acabar con la bestia que fuese, y salir vivos del empeño.
La curandera entonces dio con el clavo. Sí, la bestia debía tratarse de
una serpiente gigante. Los dragones, nacen como serpientes gigantes, y
ésta debía ser una serpiente tal, solo que venenosa. Una subespecie de
la que no había oído hablar, pero real. De hecho, uno de los dibujos
polícromos de la urna ya lo señalaba así!
Los pjs se dividieron buscando a tan
horrenda criatura, hasta que finalmente la encontraron en la sala de los
tapices. Allí, el alquimista tropezó con una alfombra enrollada, y topó
con el torso de la serpiente. Ésta, lentamente, se fue alzando,
desplegando unas terribles fauces con unos colmillos goteantes de
veneno. Se trataba de una cobra de ocho metros de longitud.
No solo eso, sino que sus ojos ejercían
una mirada fascinante, que casi hipnotiza a la curandera. El templario y
el hospitalario cargaron contra ella, el Asesino se tomó su bebida
ritual y se lanzó contra sus anillos, el mediero intentó lanzarle su
candil, y el alquimista intentar razonar con ella hablando lenguaje
demoníaco, intentando convencerla de que huyera y que él la protegería y
la haría crecer fuerte y poderosa…
Las espadas de los caballeros pronto
hicieron brotar la sangre, si bien la Cobra hipnotizó al Gran Maestre.
El candil impactó en el gigantesco ofidio, que parecía temer el fuego.
Con esta idea en mente, Blanca le lanzó el hechizo “Lágrimas de
Salamandra”, para que ardiera. La argucia de Urc casi convenció a la
Cobra, mientras Rashid ibn al Muit, ajeno al miedo, se lanzaba contra la
serpiente en melé y la acuchillaba. La gran cobra lo envolvió entre sus
anillos y le rompió varios huesos, mientras se acercaba para morderle.
Pero la espada del templario acabó con ella justo entonces. Y las llamas
demoníacas de la curandera acabaron el trabajo y precipitaron a los pjs
afuera de la mansión, donde un agradecido Raimundo de Puy les aseguró
que contarían con su agradecimiento si se callaban los extraños tratos
del Patriarca y honraban su memoria.
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